Número 1 de La Cosa: Cine fantástico y bizarro – Julio de 1995
La revista La Cosa está cumpliendo por estos días 20 años. En mi libro Que la fuerza te acompañe de 2012 (cumplió recién 3 añitos en julio) hay un capítulo dedicado a la revista y a la movida cultural que encarnó y todavía encarna de la mano de su fundador Axel Kuschevatzky que además se despacha sobre algunos otros asuntitos.
Como homenaje a los primeros 20 años de La Cosa transcribo aquí el capítulo de mi libro con algunos agregados de la transcripción de la entrevista original que le hice a Kuschevatzky y que no quedaron en el libro por cuestiones de espacio.
La Cosa: La resistencia de los géneros
Experto en el tema y fundador de la revista La Cosa, que desde 1995 se dedica a todo lo referente al cine de género y la cultura popular, Axel Kuschevatzky considera que en la Argentina hay dificultades para desarrollar este tipo de expresión cultural: “Lo que hay que entender en un país como Argentina es que de repente tenía una gran narrativa de cine de género: tenía películas históricas, hacía policiales, comedias, comedias musicales, melodramas, películas de suspenso, mucha riqueza. Algo de eso desapareció cuando al finalizar el segundo gobierno peronista se crea el Instituto de Cine. Algo pasó en el vínculo entre el cine que se producía y el sistema que lo amparaba, donde esta narrativa que teníamos muy lentamente empezó a desaparecer. En los 60 se puso de moda en Buenos Aires el consumo de un cine con pretensiones de trascendencia. El ejemplo más claro es el cine de Leopoldo Torre Nilsson, sobre todo a partir de películas como La casa del ángel. De ese cine surge lo que se llamó la generación del 60, que ha tenido exponentes increíbles como Leonardo Favio y ha tenido otros exponentes que no han tenido ese peso. Pero eso generó una idea, que yo considero equivocada, de un cine de autor, donde el modelo narrativo de género fue reemplazado por una dinámica narrativa o no narrativa, tratando de calcar el cine que en ese momento hacían directores como Antonioni, una mirada más puesta en Europa. Obviamente, lo que pasó es que el público dejó de verlo. Era un cine que ganaba festivales, particularmente ganaba el de Mar del Plata, los propios argentinos lo votaban. El caso más concreto es que Los jóvenes viejos le gana en 1962 el premio más importante de Mar del Plata a Jules et Jim, la película de François Truffaut. Cuando vos lo contás hoy parece una aberración, pero pasó. Lo que se abrió fue más una mirada autoral donde lo que empezó a importar más era la posición del cineasta y no la posición del espectador. Los que ‘militan’ esta idea de un cine argentino de género coinciden en señalar que el llamado ‘nuevo cine argentino’ sigue con esa pretensión de hacer un tipo de películas sofisticadas que encanta a la crítica pero falla en generar un mercado local consumidor. Para mí el nuevo cine argentino traslada parte de esa problemática, y bastante del cine de los 80. Yo no creo en el nuevo cine argentino, porque no creo que sea una unidad consecuente. Creo que en todo caso lo que los engloba es un mismo sistema de producción de películas que existen porque una nueva ley de cine permitió crear óperas primas. La mayor parte de los cineastas de esta generación no pasaron de la ópera prima, son muy pocos los que han tenido segundas, terceras películas”.
Kuschevatzky se refiere a la Zombie Walk Buenos Aires y al cambio de paradigma que permite que algo así exista: “Me encanta que pase. Me parece que hay un error de sensibilidad. Hay un gran mito cultural que dice que el sensible es el que llora mirando Pagliacci, pero no el que llora viendo un gol en un partido promedio. Yo me atrevo a desafiar esa idea. ¿Dónde está escrito que la sensibilidad es una cosa y no la otra? Entonces, si un tipo de veras se identifica con una película sangrienta, y la película emocionalmente tiene una carga y la transita y le permite reflexionar otras cosas, ¿qué le puedo decir?, ¿que está equivocado? Es una estupidez plantearlo en esos términos. Cuando se nuclean grupos que hacen cosplay y encuentran un código en común, ¿por qué son unos idiotas y un coleccionista de Chevrolet no? ¿Por qué un tipo que se sabe los nombres de todos los personajes de Star Trek: La nueva generación es un inadaptado social, pero uno que se sabe toda la formación de River o quiénes fueron todos los directores técnicos de los últimos quince años de Boca no?”.
En 1991 Kuschevatzky abrió un videoclub al que llamó Mondo Macabro. La idea era salirse del paladar estético que se cultivaba respecto del cine en la Argentina. Ir por esas películas clase B, por las grandes producciones del Hollywood comercial, salirse del cine de autor. Casi al mismo tiempo surgió la idea de hacer una revista. Hubo una serie de conversaciones con la gente de la revista El Amante y se había llegado a un nombre provisorio para la publicación: Plan 9. Una desinteligencia hizo que ese plan no prosperara y, en 1995, con lo que el joven nerd y, por lo tanto, sabihondo Kuschevatzky había ganando en el programa de preguntas y respuestas Tiempo de Siembra del recordado Pancho Ibáñez (quien, dicho sea de paso, fue el conductor de las emisiones de Telefé de X-Files y Millenium, donde antes y después de cada capítulo hacía unos recuentos y lecturas de los episodios altamente informados, comidilla obligada para los fanáticos y nerds de la época) arrancó el proyecto. Dice el crítico: “Con esa plata empecé a sacar La Cosa. Pero era una posición militante. Cuando yo empecé a soñar con este proyecto, el cine que a mí me gustaba era visto como un cine que no le importaba a nadie. Si bien las películas eran populares, la percepción del status quo crítico o la intelligentzia argentina era que estas películas son películas mierda, películas monstruo. En ese momento, hablar de este tipo de cosas era realmente jugarse al desprecio de todo un universo de gente que se creía superior a esas formas narrativas o a esos géneros. Lo que finalmente pasó es que, por diversos movimientos culturales, terminó teniendo un lugar diferente y hoy a nadie le da vergüenza decir que es fanático de El señor de los anillos”.
El primer número de la revista vendió unos ocho mil ejemplares; lejos de la popularidad y masividad que se logra en segundos mediante las redes sociales contemporáneas. Pero fue la semilla que se plantó. Lo radical de la revista La Cosa, tanto como de Comiqueando o de Lazer, cada una en su género, fue que trató de modo serio y con argumentos lo que otra crítica nunca se hubiera planteado. Le dio la posibilidad a un tipo de literatura narrativa que en la Argentina siempre fue muy despreciada. Al contrario de una cultura como la estadounidense que podría pensarse como más populista, la cultura argentina siempre miró, como Esteban Echeverría, fundador de nuestra literatura, con un ojo pegado a este suelo y el otro pegado a Francia. En la cultura argentina, siempre fue el “prestigio” el motor. La literatura y las formas populares de narrativa sufrieron el desprecio, aún vigente, de quedar por fuera de la “alta cultura”. Kuschevatzky milita contra esto y La Cosa es su nave insignia más reconocida: “Yo creo que una de las grandes mentiras culturales de la historia de la Argentina es esta necesidad de diferenciar lo masivo y popular de lo elevado. Esto es una pavada astronómica”.
El camino a la popularidad no fue sencillo. Dice Kuschevatzky: “¿Cuánto habremos vendido del primer número? 800 ejemplares creo que vendimos el primer mes. Iba yo por los kioscos del centro, presionando a los quiosqueros que conocía para que le dieran manija. Hoy cualquiera tiene un blog, cualquiera twittea y tiene 20.000 seguidores. En ese momento la lógica era que para llegar a mucha gente tenías que estar en un medio masivo de comunicación, lo que era virtualmente imposible. Generar tu propio medio de comunicación era crear tus propias reglas, era un poco eso. También la actitud militante tenía que ver con eso. Cuando empezamos teníamos que tratar de luchar contra la incomprensión de los demás. Era el síndrome del patito feo. Creo que todos teníamos un poco eso. Después me encontré con Guille Hernández, al año que la revista salía, y se convirtió más en una sociedad creativa. Hace de esto 16 años y la revista resistió los peores momentos económicos de la historia de los últimos 20 años de la Argentina.”
El paradigma cultural ciertamente parece haber cambiado. Productos generados en la cultura estadounidense, pensados para el consumo masivo, han ido ganando escalones en el consumo y el aprecio local. Cuando un producto se convierte en un amigo del consumidor se pasa de categoría. Axel lo piensa así: “Creo que hay mucha gente que se encontró con que había personas que estaban en un lugar parecido y que disfrutaban de cosas parecidas, y empezó una especie de dinámica de contacto que no existía antes, muy incentivada también hoy por las redes sociales”.
En Que la fuerza te acompañe, Buenos Aires, Marea Editorial, 2012.