Hace ya una semana que no publico nada nuevo y esto tiene una explicación: entré en la etapa de corrección final de mi próxima novela (“Rituales de sangre“, sale en agosto por Suma de Letras).
Aprovecharé entonces para descargar un poco esta tensión y estos nervios que me carcomieron los últimos días.
“Para escribir hay que ser un neurótico” le dije el lunes a la noche a mi esposa. Acababa de enviar la versión final, revisada y vuelta a revisar a la editora/correctora que pondrá el texto en “caja” como se dice. Es decir, terminará de retocarle posible errores de tipeo y esas cosas y lo colocará en la maqueta del libro final. “Es más, creo que ser escritor es una enfermedad” subí la apuesta exagerando. Mi esposa, que es muy paciente y comprensiva pero que tiene una mentalidad mucho más pragmática me hizo una seña de que no me fuera por las ramas.
Pero pienso: escribí la novela a fines del año 2012 y hasta casi mitad del 2013, luego pasó por varias lecturas, editoriales y editores, un proceso larguísimo que creí interminable lleno de altibajos hasta que me llegó la mejor noticia a fin del 2013: una propuesta de edición. Largo camino. Largo sufrimiento y todavía quedan dos meses hasta agosto para que llegue a librerías.

Mi experiencia escribiendo libros había sido hasta ahora puramente periodística, nunca había logrado un contrato para una ficción. Y ahora que está, fue aceptado, ya hay un diseño de tapa (quedó tremendo, pero no puedo adelantar nada todavía), volví a leer el texto, lo corregí, le saqué partes, le agregué otras, lo volví a pensar e incluso lo estuve puliendo para dejar las cosas listas para las continuaciones que ya planifico, a pesar de todo eso me sentí insatisfecho y vacío.
Un texto nunca es algo acabado. Siempre se puede mejorar, pulir, rehacer, reescribir. De hecho siento que la novela que estoy escribiendo ahora (“Sangre por la herida” un spin-off de Rituales con el protagonismo absoluto de uno solo de los tres grandes protagonistas de ésta) está mejor escrita, mejor llevada. Y todo porque en este tiempo de seguir escribiendo fui creciendo en mi escritura y en mi conocimiento de los mecanismos y técnicas para escribir un buen relato que atrape al lector. Porque eso es lo que me interesa: una novela que agarre al lector y no lo suelte hasta que acabe la última página. Una novela que lo obligue a quedarse a la luz del velador aunque sean las 3 a.m. y al día siguiente se despierte a las 6.
Después de todo fue esa pasión la que hizo de mí un lector y un escritor. Si no voy a escribir para generar sentimientos, emociones, ganas de leer y pasar el tiempo con mi libro ¿para qué voy a hacerlo?
La editora me comentó que había quedado fascinada con la novela. Que realmente le había parecido intensa, atrapante y sin respiro y que estaba ansiosa por editar mis futuras novelas.
No voy a decir que esas palabras de aliento no ayudaron, pero fueron como siempre, un pequeño bálsamo ante la incertidumbre que uno, como escritor, tiene al lanzar al mundo un trabajo al que le dedicó tanto tiempo, pasión y expectativa.
Ahora, como me enseñó Asterix que decían los romanos: “Alea Iacta Est” o “la suerte está echada”. Ya no queda más que esperar.