De las historias de terror clásicas, la que más me gusta y más cautivó siempre mi imaginación es la de Frankenstein de Mary Shelley. Recuerdo todavía cuando en 1994 salió la adaptación al cine Mary Shelley´s Frankenstein con Robert DeNiro haciendo del monstruo y Helena Bonham Carter como Elizabeth Lavenza: fuimos con mi papá a verla en un lugar tan inverosímil como el cine del Patio Bullrich y quedé absolutamente fascinado ante el despliegue de la brutalidad de las escenas y la trama algo que unos diez años más tarde, cuando leí por fin la novela original, no encontraría. Porque en la novela de Shelley los aspectos más revulsivos de la invención del Dr. Frankenstein quedan un poco aislados: Víctor hace una breve reflexión acerca de cómo descubre el secreto de la vida, cómo se inmuniza ante la repugnancia de los cementerios y los cadáveres que serán la materia prima de su invención y en un capítulo breve y con poca descripción termina creando al monstruo. Es paradógico que ese momento del chispazo de la vida retornando a la carne muerta sea tan breve, tan poco transitado por Shelley en la voz de Víctor, tan escueto y que al contrario en todas y cada unas de las adaptaciones de la novela tenga un lugar tan preponderante y activo.
Basta ver la escena de la creación en la película que mencionaba antes para ver lo que señalo:
https://youtu.be/EOcJwt8XB4M
Comparémosla con el momento de la creación en la novela de Shelley:
Durante una destemplada noche de noviembre, pude contemplar el final de mis esfuerzos. Con una ansiedad cercana a la agonía, puse a mi alrededor todos los instrumentos que me permitirían dar un hálito de vida a esa cosa inanimada que yacía a mis pies. Era la una de la madrugada y la lluvia daba contra los vidrios de las ventanas; la vela prácticamente se había consumido, cuando ante la escasa luz de la llama vi a la criatura abrir sus ojos, amarillentos y sin luz. Inspiró profundo y sacudió el cuerpo con un movimiento compulsivo.
La novela de King, con el imaginario eléctrico que a pesar de todo sí está presente en la novela de Shelley y en las posteriores adaptaciones, aparece ya desde la portada y se irá desarrollando a lo largo de todo el relato, a través de uno de esos personajes inolvidables que el autor sabe crear de tanto en tanto: el pastor Charles Jacobs.
Este personaje que comenzará como un entusiasta evangelista de pueblo chico y que irá consumiéndose y desmoronándose para pasar a la negación de Dios, la vida como vendedor de ilusiones en las ferias ambulatorias del medio-Oeste estadounidense, nuevamente como pastor en carpa ambulante y finalmente como un demacrado villano que antes que villano parece un anti-héroe (y en esto también comparte esencia con Víctor Frankenstein) obsesionado con una “electricidad alternativa” que le ha permitido curar todo tipo de afecciones de salud entre sus fieles, haciéndolos pasar por milagros, durante sus últimos cincuenta años.
Del otro lado tenemos al narrador, Jamie, que era apenas un niño cuando Charles Jacobs llegó como ministro de la Iglesia a la que su familia y todo su pequeño pueblo de Maine asistía y con quién establecerá una relación en la que el pastor será tanto una figura paterna como un amigo y finalmente enemigo íntimo.
La novela no se estructura como una clásica historia de terror de King sino que está planteada como un relato de aprendizaje donde vemos como Jamie pasa de niño a adolescente, cómo descubre el rock and roll y dedica su vida a convertirse en músico profesional, su primer amor y luego su caída en las drogas duras y un camino barranca abajo hasta que se reencuentra con Jacobs siendo él ya un adulto y el ex pastor lo cura de su adicción a la heroína con su “electricidad especial”. Al notar Jamie que su cura no vino sin unos inesperados efectos colaterales se pondrá a investigar las andanzas de Jacobs hasta el momento de volver a confrontarlo.
Al igual que en la novela de Shelley, la confrontación entre el héroe y el villano articula el relato y también como homenaje al texto original se puede encontrar un halo de romanticismo en Jamie en tanto se opone desmezuradamente a la invención y la innovación técnica que propone su antiguo mentor.
A lo largo de toda la novela y por la connotación del título y la obvia intertextualidad ya señalada con Frankenstien esperamos el momento del “revival” del título y cuando este finalmente sucede se produce una de las sorpresas más agradables de la novela de lo que tan solo voy a decir que inserta al relato en la saga de los mitos de Cthulhu y todo el horror cósmico de H.P. Lovecraft. Y si digo que esta es una sorpresa agradable es porque a lo largo de todos los libros de King que leí (varios, aunque lejos de la totalidad inabarcable de su obra) nunca había visto un homenaje y a la vez continuación de la saga del horror cósmico tan directa en su obra.
Al mismo tiempo, ese desenlace que se relaciona con los mitos de los antiguos termina de cerrar varias puntas que parecían abiertas o francamente descuidadas en la trama de la novela cerrando perfectamente todo lo planteado.