Literatura y serial killers

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La noticia cayó como una bomba ayer: habrían develado, luego de 126 años de misterio, la identidad del célebre serial killer Jack el destripador.  Habría sido un inmigrante polaco judío (dicho lo cual, creo que se lo mencionaré a mi abuela la próxima ocasión que la vea ya que se sintió un poquito incómoda por el hecho de que haya escrito una novela con judíos asesinos).

Tal es la fama del asesino del barrio bajo de Whitechapel en la Londres del siglo XIX que apuesto a que cualquier persona con casi nula información sobre esa tradición tan anglosajona de los asesinos seriales conoce o le resulta familiar el nombre de este asesino (no me animaría a apostarlo sin embargo, porque hace años, trabajando en una biblioteca pública me encontré con una persona de clase media, instruida, que no conocía Frankenstein). La misma persona que conocería a Jack, sin embargo, probablemente nunca haya escuchado hablar de Ed Geins, el Estrangulador de Boston o el Asesino del Zodíaco, serial killers mainstream para entendidos en el tema. Es que ahí reside la fama de Jack el destripador: en el morbo de sus sangrientos crímenes, la ritualización del crimen en el cuerpo de la mujer y para mayor morbo, de la prostituta y en el hecho de que es un caso irresuelto desde hace 126 años.

A todo esto, el autor de la hipótesis acerca del peluquero polaco-Jack tendría un poco más de asidero que otras de las miles, infinitas teorías con las que en todos estos años se ha especulado en el hecho de que basa su hipótesis en presunto material genético encontrado en un chal que habría sido robado por un policía en la escena del crimen de una de las víctimas de Jack. Por supuesto que la teoría tienes sus puntos dudosos (como por ejemplo el pretendido método de análisis de ADN que se utilizó sobre unas muestras de semen y sangre que lleva más de un siglo en la tela) y que además el autor de este descubrimiento se reservó su asombroso logro hasta el momento mismo en que sale a la venta un libro propio contando el trasfondo de la investigación, lo que por supuesto le da al asunto un poco de tufillo de stunt publicitario promocional.

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Y todo esto nos lleva a pensar en cómo estos crímenes célebres, terribles e irresueltos han encontrado a lo largo de la historia diversas interpretaciones y, lo más fascinante para mí, intentos de descubrir la verdad luego de años y años de sucedidos.

Todo investigador sabe que la escena del crimen es crucial para recolectar pruebas que lleven al asesino y que cuanto más tiempo pasa, más se contamina el lugar y menos chances hay de dar con la verdad. Extrapolemos ese escenario a cien años y nos queda la pregunta de cómo puede un investigador, sentado en un escritorio, leyendo expedientes y revisando fichas de pruebas antiquisimas, puede alcanzar una conclusión que los expertos no han alcanzado en su momento.

Casi podríamos pensar en un cuento policial clásico llevado a sus máximas consecuencias: un investigador a kilómetros del lugar del hecho, o a cientos de años de distancia, que logra resolver lo que la policía no logra.

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares jugaron al extremo de la burla y el homenaje con esa regla del policial clásico al crear a su célebre detective Isidoro Parodi. El detective amateur estaba encarcelado por lo que no podía ni siquiera ir a inspeccionar la escena del crimen y resolvía todo con el uso exclusivo de la lógica a partir de los comentarios de los testigos. Casi tan absurdo como creer que un investigador del siglo XX sentado cómodamente en su escritorio puede resolver un caso irresuelto en el siglo XIX.

Y sin embargo, la tentación es demasiado grande. En el caso de Jack el destripador por ejemplo, una rápida búsqueda de libros sobre él en Amazon nos arroja unos 1.000 títulos.

Nombremos dos nada más para no abrumar, más allá de Naming Jack the Ripper el que promociona el presunto descubridor final de la identidad del asesino.

Quiero entonces hablar de Portrait of a Killer: Jack the Ripper–Case Closed de la ex médica forense y autora best-seller de Crime Fiction, Patricia Cornwell. Bueno, a ella obviamente esta noticia no le cayó muy simpática teniendo en cuenta que dedicó años y recursos propios a realizar su investigación sobre el caso para dar con el nombre del asesino. De hecho, Patricia lo expresó esta mañana en Twitter:

Luego siguió mostrando su descreímiento:

Evidentemente no estará contenta de confirmarse que su hipótesis de escritorio fue la errada.

En cambio al que posiblemente no le importe en absoluto el tema es a Alan Moore, el autor de la famosa novela gráfica From Hell, llevada al cine de forma fragmentaria (más bien amputada, casi diría, destripada) en el año 2001. Es que la obra de Moore tiene poco interés en particular en el destripador y mucho en describir una época oscura y cruel.

Caso similar podríamos mencionar en la excelente novela de James Ellroy La Dalia negra, inspirada en el macabro descuartizamiento de una joven aspirante a actriz en Los Angeles en 1947. Caso que tampoco nunca fue resuelto y también dio lugar a especulaciones de lo más bizarras como la que afirma que el crimen de la Dalia fue una especie de happening surrealista.

Elizabeth Short (007)
Elizabeth Short, la Dalia negra

Sólo leí la novela de Ellroy y es impresionante. El resto es especulación y no creo que tenga mucho sentido. Creer en las suposiciones interpretativas como la que sostiene que el cuerpo cercenado y torturado de una chica pobre en el ambiente marginal de Hollywood de posguerra fue en realidad una puesta en escena surrealista es tan incomprobable hoy en día, con todos los protagonistas de la historia muertos, incluso el asesino nunca descubierto, con las pruebas completamente olvidadas y el paso del tiempo como gran obstáculo como la teoría que también nos enteramos hoy de un argentino que sostiene que uno de los crímenes que se le atribuyen al Petiso Orejudo (valor local de serial killers) en realidad no fue su responsabilidad. Esto reduciría sus crímenes a solo dos, y por tanto, a la imposibilidad de llamarlo asesino serial.
Creer o no en esas teorías pasa así a ser materia exclusiva del campo de la fe.

Y sin embargo, en la literatura, las historias siguen vivas y son productivas: el Petiso Orejudo tiene una amplia bibliografía literaria entre lo que se destaca el excelente libro de María Moreno (“El petiso orejudo”) que se limita al plano de la biografía. La Dalia Negra hizo su última aparición en la cultura pop en un episodio de la primera temporada de la serie American Horror Story donde la actriz Mena Suvari (conocida mundialmente por ser “la rubia de American Beauty“) la interpretó en una versión post-mortem y fantasmal.

Mena Suvari personificada como el fantasma de Elizabeth Short, con la marca de los cortes en la cara de la víctima real.
Mena Suvari personificada como el fantasma de Elizabeth Short, con la marca de los cortes en la cara de la víctima real.

Luego, desde luego, tenemos el caso del mencionado Asesino del Zodíaco. Más allá del libro que inspiró la muy buena película de 2007, cada tanto surgen noticias de alguien que dice haber descubierto la identidad del famoso y elusivo asesino serial de hippies. Por ejemplo, un hombre afirmó en mayo de este año tener pruebas irrefutables de que había sido su padre. Aunque quizás haya sido otro caso de Edipo mal resuelto. Quien sabe. Después de todo, el psicoanálisis también tiene mucho de Fe y de especulación.

El asesino del Zodíaco.
El asesino del Zodíaco.

Los crímenes terribles sin resolver están hechos de la materia de la que está hecha la mejor literatura. Y eso seguirá siendo así. Al menos hasta que los progresos científicos permitan que desaparezcan los misterios y nos quedemos con muchas certezas pero menos de esa efervescencia excitante de creer que podemos, desde la comodidad de nuestros escritorios, resolver grandes misterios de la historia en la forma de críemens espeluznante. Porque ¿a quién no le gustaría ser un Isidoro Parodi?