Si me preguntan cuál es el comienzo de la literatura universal que más me gusta respondería el de La Ilíada de Homero: Canta, oh Musa, la cólera del pélida Aquiles…
Es posible que no sea en verdad el comienzo que más me gusta pero es sin dudas el que más recuerdo. No sólo porque La Ilíada es una de las mayores obras literarias de la humanidad y leerlo es sumergirse en un festín narrativo sin comparación, sino porque la invocación a la semideidad de la musa para que inspire al poeta siempre me resultó encantador.
Esa invocación que también aparece en nuestro Martín Fierro (para deleite de la hipótesis de Leopoldo Lugones que quería ver en nuestro poema gauchesco una especie de continuación de la tradición épica clásica) cuando José Hernández hace a su personaje invocar, en la segunda estrofa del poema, la ayuda de “los santos del cielo” para que inspiren su labia:
Pido a los santos del cielo
que ayuden mi pensamiento,
les pido en este momento
que voy a cantar mi historia
y aclaren mi entendimiento.
En su adaptación contemporánea de este clásico (“El Guacho Martín Fierro”) el poeta Oscar Fariña vuelve el fragmento un poco más prosaico:
Pido a los porros del Chelo
que ayuden mi pensamiento,
les pido en este momento
que voy a cantar mi historia
me deliren la memoria
que esta va con sentimiento.
Sea como sea, la idea romántica de una musa, unos santos o unos porros “inspirando” al poeta está presente y en el mundo de la producción artística se escucha muchísimo hablar justamente de eso: la inspiración.
¿Qué sería exactamente la inspiración? Según podemos rescatar de casi tres siglos de su omnipresente invocación se trataría de una especie de tocada de varita mágica de alguna entidad invisible (antes Dios, ahora alguna otra deidad menor) que metería las ideas en la cabeza del artista que luego sólo tendría que transcribirlas en forma de música magistral, poesía, novelas inolvidables o pinturas espectaculares.
Esta idea que como decíamos proviene de una concepción propia del romanticismo donde el artista era una especie de renegado social viviendo con una prostituta en una buhardilla tuberculosa del Montmartre parisino comiendo las sobras que podía mendigar para morir joven y dejar un cadáver bonito. Entonces el artista era un producto en su totalidad: el estilo de vida de inadaptado social era casi un pre requisito para convertirse en un genio de las artes y las musas (a veces tan carnales como esa prostituta con la que convivía) se encargarían de inspirar sus mejores obras.
Pero aún uno de los mayores artistas del hambre que vivió en un sucucho parisino en los años ´20 tuvo la agudeza de declarar alguna vez: “Cuando llegue la inspiración, que me encuentre trabajando”. El autor de esta frase fue ni más ni menos que Pablo Picasso.
Cuánta verdad hay en que la inspiración suele llegar mucho mejor cuando estamos en el medio del trabajo.
Hace unos días tuve una serie de raptos de inspiración; ideas que parecían provenir de la nada misma y que me indicaron el camino para resolver algunas escenas sueltas, que todavía no podía conectar, en la novela que estoy escribiendo.
¿Había dejado de escribir por no saber cómo conectar esas escenas? Desde luego que no. La escritura no debe detenerse nunca y si tenemos en nuestra cabeza la obra con la que estamos trabajando, todo el día, todo el tiempo y la pensamos y la volvemos a pensar y le damos vueltas y vueltas y sobretodo seguimos trabajando en su producción, tarde o temprano veremos cómo esa inspiración que parece provenir del cielo, las musas o la sustancia que sea, se aposenta en nuestro cerebro en un gran momento ¡Eureka!
Entonces, cuando vengan a hablar del “bloqueo de la página en blanco” hay que responder con que la única solución es seguir produciendo, seguir escribiendo, pintando o realizando. El desbloqueo viene solo. Es posible que sentándonos a esperar que las musas nos inspiren finalmente llegue esa inspiración; pero es absolutamente seguro de que si no dejamos de trabajar y abandonamos el mito de la producción artística romántica esa epifanía llegará antes y mejor.
Resultados garantizados.
El poema “El otro”, de Borges, trata un poco el tema de la inspiración como favor divino, y la frase final es lapidaria: “Suyo es lo que perdura en la memoria del tiempo secular, nuestra la escoria”.