La noticia curiosa del mundo editorial hoy es esta: una primera edición especial a un costo de “tan solo” 300 mil dólares de la nueva novela del autor de thrillers y best-seller internacional James Patterson se autodestruirá 24 horas después de ser abierto por primera vez.
Sin dudas le agrega algo de emoción a la experiencia de leer un thriller, ¿no creen?
El mecanismo por el cuál se producirá este espectáculo más digno de un capítulo de Misión: Imposible que de un libro comercial escapa a la información disponible.
Lo que sí se sabe es que además de esa primera edición especial, por la módica suma pedida a cambio, el afortunado (en todo sentido) comprador, podrá acceder a una cena privada de lujo con Patterson y unos binoculares de oro que vaya uno a saber exactamente a qué vienen.
Además, unos mil lectores de Patterson tuvieron acceso a una versión digital gratuita del libro que también se autoeliminó de los eReaders 24 horas luego de ser adquirido.
Más allá de la cuestión del márketing editorial, y uno podría pensar realmente si un autor de la talla de Patterson a quien se considera entre los más vendidos del mundo tiene necesidad de este tipo de “stunt” publicitario, todo esto me hizo pensar un poco en la cuestión del libro en el mundo actual.
Por una parte tenemos el libro tradicional: confiable, querido, físico y real, garantiza un fetiche de mercancía palpable.
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Por otra parte está el libro digital: etéreo e intocable, se puede pensar que está y no está, es a la vez fácil de acceder y por eso mismo nos da la impresión de ser una mercancía devaluada.
El libro físico de 300 mil dólares que se autodestruye nos muestra la fragilidad propia del libro digital que puede borrarse, desaparecer o hacerse inaccesible si perdemos el soporte del eReader.
¿Cuál será el futuro de los libros? ¿encontraremos alguna vez un punto intermedio entre la materialidad del libro físico y la inmaterialidad del digital?