El invierno con mi generación de Mauro Libertella

InviernoCasi a fines de julio de este año me enteré que Mauro Libertella iba a publicar un nuevo libro a través de la cita de un fragmento del mismo que cirucló por Twitter. Inmediatamente sentí una oleada de ansiedad por leer el libro como pasa pocas veces: sólo cuando se trata de algún autor que seguimos especialmente, en el que confiamos que su próximo texto nos hará tan felices como su anterior libro o que trata de algún tema en particular que logra intrigarnos lo suficiente como para llenarnos de esa bienvenida ansiedad.

Con el caso de El invierno con mi generación me pasó un poco de ambas. El libro anterior de Libertella (Mi libro enterrado) me conmovió cuando salió y siempre que tengo alguna oportunidad lo recomiendo. Esta nueva breve memoria prometía además tratar un tema que me toca especialmente y es justamente el que viene tratado desde el título: mi generación. Porque Mauro y yo compartimos generación y de hecho, compartimos los pasillos de la facultad de Letras. Nunca cursamos ninguna materia juntos (que recuerde) pero forjamos una relación a base de encontrarnos en reuniones con amigos en común de aquellas épocas, cruzarnos en eventos y conversaciones.

Pero como decía, además, este libro trata de hechos, circunstancias, lugares que no pude dejar de sentir en algún punto un poco propios también. Los últimos años de la década de los 90s y el borde del nuevo milenio, el colegio, las amistades de esos años, los consumos culturales, el microambiente ñoño de nuestras adolescencias que si bien no fueron compartidas porque no nos conocíamos en aquellos años, sí puedo decir que fueron bastante paralelas.

En El invierno con mi generación Libertella relata con una prosa limpia y que no le teme a las palabras (un gran logro porque puede colocar expresiones y giros lingüísticos que en otro contexto podrían parecer forzados pero en cambio el narrador los lleva con ligereza y ritmo musical) su adolescencia desde tercer año de la escuela secundaria hasta poco después de terminado el colegio y empezada la Facultad.

El colegio que describe pero no nombra es el colegio ORT sede Montañeses y si bien nunca pisé sus pasillos sí tengo a mi mejor amigo de la infancia y adolescencia que fue allí y pasamos tanto tiempos juntos en esa época que pude sentir mientras leía el libro de Libertella que las anécdotas que contaba, los personajes extraños que mencionaba, las situaciones que había vivido eran calcos de las mías entremezcladas con las de mi amigo.

La lectura de estas páginas entonces tuvieron el sabor de lo conocido y al mismo tiempo la sensación de leer un mundo paralelo donde ocurrían las cosas que pensaba durante mi adolescencia que sólo me estaban sucediendo a mí y a mis amigos.

El relato traza una cartografía urbana limitada (el colegio, el lugar del almuerzo, los “aguantaderos” para las cosas prohibidas, el famoso y mítico bar puertas adentro ¿Casa Chai?) y también traza el mapa de unos consumos (la música brit-pop, el rock nacional), una forma de ser (la introversión, el círculo cerrado de amigos que no encajaban, que eran parias), un mapa de amistades (el narrador menciona a uno que apodaban el Abuelo y yo también tuve un compañero al que apodábamos el Abuelo; el narrador menciona a un compañero con un retraso madurativo del que todos se aprovechaban y yo también tuve uno así), las estéticas asumidas (el amigo snob que decide hablar sólo con “honestidad brutal” durante una semana; la banda de compañeros que dura uno o dos recitales en vivo y se disuelve) que parecen un calco deformado por una carbonilla apretada demasiado fuerte respecto de esas adolescencias que vivimos tantos otros sintiéndonos únicos.

En una reciente entrevista Libertella dijo que no creía que el tono del libro fuera melancólico pero sabemos que lo que opina un autor de su propia obra no es más que una opinión más, ni la mejor ni la única. En mi lectura sí encontré una cierta melancolía. El narrador mismo nos dice: “No puedo narrar mi infancia porque fue feliz y no se puede narrar la felicidad.” Unos párrafos abajo completa: “Palermo cambió mucho más que Nuñez; diría, con cierta melancolía, que ese Palermo ya desapareció por completo.

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Entonces, no narra la infancia porque fue feliz y recordarla lo llevaría a la melancolía. Sí narra la melancolía del barrio perdido de esa infancia pero lo que se esconde detrás del relato total es, a mi entender, una melancolía distinta, una que está ligada a una adolescencia que ahora se puede recordar a la distancia sin sufrimiento pero que en su momento sí fue sufrida. La melancolía existió en esa adolescencia por la pérdida de la infancia feliz y ahora al traer de nuevo el recuerdo de esa adolescencia hay necesariamente algo de melancolía al recordar los momentos en los que fuimos descubriendo, topándonos, con las cosas que el mundo nos iba a exigir: responsabilidades, peligros y fundamentalmente los primeros escarceos torpes con el sexo opuesto.

El narrador lo dice concretamente: “Recluidos siempre en el fondo del aula, comentando con tono crítico lo que hacían y decían todos, estábamos lejos de ser un objeto de deseo femenino y generábamos, apenas, en los mejores momentos, algo cercano a la curiosidad. Aquellos fueron años aciagos. A veces alguna mujer o un grupo de chicas se acercaba hasta nuestra trinchera en una brevísima excursión: intercambiaba dos o tres humoradas y volvía rauda al mundo de la sexualidad. En algún momento habremos asumido que íbamos a morir vírgenes y reforzamos entonces las murallas que nos separaban del mundo. El rechazo femenino era un modo también de justificar nuestro encierro para generar un nivel de simbiosis tan puro entre amigos, era necesario que no hubiera interferencias.

Esa experiencia contada del lado de los que en los años de secundaria éramos inadaptados que no entendían los secretos de la práctica social y el encuentro con el sexo opuesto son un material literario que ha sido poco explorado: la historia la cuentan los vencedores y abundan las novelas y los relatos de los triunfos, las conquistas y la superioridad de los machos alfa que en sus años mozos hacían caer a sus pies a todas las féminas que se topaban a su paso.

Libertella, en cambio, toma las experiencias que vivimos a nuestro modo cada uno de los ñoños de fin de siglo y las transforma en un relato de un lirismo simple y sofisticado, sin huirle a los momentos más vergonzantes que también pasamos: el llanto desconsolado luego de que aquella mujer que nos iniciaba, finalmente, en los secretos del amor y a quien por eso mismo pasábamos a considerar el amor de nuestras vidas, nos dejaba poco después al haberle exprimido el poco jugo al objeto freak que constituíamos nosotros.

Hay en el relato de Libertella entonces un atrevimiento, una osadía: contar lo que pasó del lado de los que veíamos a los demás tener éxito (con las mujeres, con sus planes de vida, los que transitaban la secundaria y el fin de siglo sin hacerse demasiados cuestionamientos) y los envidiábamos. Pero a diferencia de otros relatos de nerdxploitation el suyo no habla de venganzas o revanchas sino que sencillamente narra y rememora con ese tono que va de la felicidad de los bellos recuerdos al desasosiego de recordar el sufrimiento que significaron muchas de esas vivencias en su momento.

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Pero además, en la narración se filtra el sentimiento que muchos de los que vivíamos en esos márgenes teníamos: que de alguna manera, y pese a nuestra evidente reclusión social, nosotros entendíamos más que los otros, éramos mejores y teníamos más claras las cosas de la vida. Hay una escena perfecta para esto: el narrador recuerda como en su grupo de amigos inventaron la adjetivación “alta” como sinónimo de “gran” a través de una línea del cuento de Borges Tlön, Uqbar, Orbis Tertius en el que se dice “alta noche”. A partir de esa lectura ellos adoptan esa peculiar forma de adjetivación. Dice el narrador: “Lo comentamos y empezamos a aplicarle el adjetivo “alto” a cualquier cosa: alta casa, alto colectivo, alta música, alto gol. Lo usábamos obsesivamente y la gente se sorprendía. “¿Por qué dicen ´alto´? ¿Qué quieren decir cuando dicen ´alto´?”, nos preguntaban, y nosotros insistíamos con nuestra cancionicta: en un cuento de Borges, bla, bla, bla. Luego aparecerían boliches, grupos de música y marcas de ropa que empezaron a usar la expresión “alto” y la adjetivación borgeana entraría de lleno en la oralidad de la calle de Buenos Aires.

Como bien decían los heresiarcas de Uqbar “los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres.” En este caso, ese grupo de invisibles habría funcionado como espejo que reprodujo una expresión hasta convertirla en habla cotidiana. Una viralización en la época en la que las redes sociales no existían.

Ese gesto, esa anécdota, condensa la utilidad invisible, el mérito que nadie nunca le reconocerá a ese grupo tan similar al de otros grupos que constituimos durante aquellos años raros.

Pero también hay otro mérito en la novela/memora de iniciación de Libertella y es que se atreve a contar el relato desde una adolescencia que no transcurrió en los pasillos del Nacional de Buenos Aires. En cambio transcurrió en un colegio privado y judío de Núñez, al que sin embargo no se menciona, pero cuyas marcas están ahí para que las lean los que saben.

Es una traslación interesante hacia la periferia, a un colegio al que las elites católicas nunca mandarían a sus hijos, sin organización sindical de los estudiantes, con una orientación técnica en unos años en los que la Argentina era tierra yerma para la industria, sin una historia política comprometida y que nunca en su historia aportó un Presidente de la Nación.

En ese atrevimiento (¿existen acaso otras novelas de aprendizaje durante la adolescencia en la literatura argentina que no tengan como foco al Nacional de Buenos Aires?) Libertella construye un Juvenilia para los que durante tanto tiempo quedamos afuera y recupera para nosotros y nuestra generación, ese árido invierno que ya hemos dejado atrás pero que como toda época dura, recordamos a la vez con algo de nostalgia por el heroísmo que tuvimos para sobrevivir y otro poco de alivio porque es historia pasada.