El proceso de escritura de una novela implica largo tiempo de trabajo que finalmente llega a su fruto con la concreción del “primer borrador”. Esto es como su nombre lo indica, la primera versión final terminada lista para pasar por el escrutinio del editor.
Resulta que en mi primer borrador de Rituales de lágrimas había decidido ****SPOILERS****
darle más relevancia a la historia de amor que había quedado planteada en Rituales de sangre entre Sheila y Sebastián. Para eso, en Rituales de lágrimas versión 0.1, Sebastián iba a tener más protagonismo y había creado un personaje nuevo llamado Andrea que iba a ser la tercera en discordia con Sheila.
En esa versión Sebastián y Andrea funcionaban como Quiroz y Lucía en la versión que finalmente se publicó. Los capítulos donde aparecía Sebastián en solitario fueron descartados, Andrea nunca vio la luz de la edición y en cambio se ganó su lugar (bien merecido) Lucía.
Esta decisión surgió luego de una reunión en la editorial con mis dos editores donde evaluamos algunas cuestiones referidas al primer original. Ahí fue que tuve una especie de epifanía y se me ocurrió cortar radicalmente con Sebastián, liquidar a Andrea y reescribir toda la trama para que los protagonistas fueran Quiroz y Lucía.
Estoy muy, muy contento con la decisión que tomé. Sin embargo, siempre me quedaron las ganas de que un capítulo en concreto que fue a descarte viera la luz. Es una cena en la casa del hermano de Sebastián (Gustavo, aparece en Rituales de sangre) con su cuñada, su sobrina, y su madre.
Me gusta este capítulo porque representa una especie de contracara de cena familiar respecto de la que es la cena familiar que tiene Sheila donde interviene Leib Schelling, su familia y el rabino Gorovitz. (capítulo 34 de la versión publicada).
Entonces decidí que voy a compartirlo con ustedes lectores. A continuación podrán leer el capítulo que quedó inédito de la cena familiar de los Rojtman.
Además, van a poder ver algunas cuestiones de la trama que en el libro se resolvieron de un modo quizás parecido pero definitivamente distinto.
¡Espero que lo disfruten! y tengan en cuenta que este texto no fue sometido al proceso de edición y corrección.
Capítulo 29
Sebastián
Sonó el timbre y los alumnos de la clase de Sebastián se levantaron de sus pupitres a toda velocidad para amontonarse en la puerta de salida.
Un rezagado al fondo todavía escribía en su hoja, tomando las últimas anotaciones de lo que había escrito Sebastián en el pizarrón. Habían estado leyendo El extraño caso del Doctor Jekyll y Míster Hyde de Robert Louis Stevenson.
– Vamos Martín, que tienen que limpiar el aula para el próximo curso – apuró al estudiante rezagado que juntó rápido sus útiles, los arrojó dentro de la mochila y salió al trote detrás del resto de sus compañeros que ya se habían ido.
Sebastián ordenó sus propios papeles, los colocó prolijamente en su portafolio y salió. Su horario había terminado. Los lunes se le hacían un poco largos porque comenzaba a las siete cuarenta y cinco y terminaba pasado el mediodía, casi sin interrupciones. Tenía hambre y estaba cansado. Había tenido cuatro cursos de primer año, uno detrás de otro. No era que no le gustara su trabajo o que no lo disfrutara, pero le costaba aceptar que la pasión con la que les explicaba la narrativa de Stevenson, o las claves para entender esa advertencia acerca de las dobles personalidades y los peligros que ocultan los seres humanos que parecen de lo más normales y amistosos, apenas despertaba bostezos en sus alumnos. Con suerte, cada año tenía algún alumno un poco más interesado, alguno que todavía intentaba superarse a sí mismo pero justo ese día ese alumno despierto había faltado. Por lo tanto Sebastián había pasado una mañana larga y agotadora, teniendo que parar sus clases para llamar al orden y a la calma.
Bajó las escaleras, saludó a una preceptora que se cruzó en el camino, estampó su firma y la hora en el libro de firmas y estuvo listo para irse.
Caminó hasta su casa; tenía toda la tarde libre pero un montón importante de evaluaciones que corregir y a las nueve su hermano Gustavo y su esposa lo habían invitado a cenar en su casa, junto a su madre.
De camino hizo una parada en un mercado y compró unas hamburguesas congeladas para almorzar que completó con un poco de ensalada de lechuga, tomate y cebolla. Ahora que no estaba Sheila esperándolo para comer podía darse esos lujos baratos y grasosos, aunque a decir verdad, ella cocinaba muy bien y eso también lo extrañaba.
Había desistido por el momento de volver a llamarla. Si ella quería comunicarse o necesitaba algo, tenía su número. Eso esperaba.
Almorzó en soledad, acompañado únicamente por Minerva que apenas sintió el olor a carne cocinándose, la grasa quemándose contra la plancha de acero, comenzó a remolonear cerca suyo, frotándose la cabeza contra sus pantorrillas, mostrando su respeto y también exigiendo algún trozo de carne real más allá de la comida sintética que comía todos los días. Sebastián se apiadó del animal y le dio un borde de hamburguesa y la gata satisfecha luego del banquete se subió a su regazo donde se acomodó plácida mostrando su satisfacción con un fuerte ronroneo.
Después de comer corrigió durante una hora hasta que le quedaron solo cinco evaluaciones más para terminar. Odiaba corregir. Siempre había sido la parte más engorrosa de ser profesor.
Apoyó las evaluaciones corregidas en un rincón de la mesa del living y dejó las todavía sin evaluar en otro rincón y se dispuso a descansar un rato.
Intentó dormir una siesta pero no pudo.
Se levantó de la cama fastidiado, prendió la PlayStation 3 y revisó su colección de videojuegos en el cajón de la cómoda que sostenía la tele. A Sheila nunca le habían interesado los videojuegos; los había tratado siempre con distancia cuando no simple rechazo. No era una cuestión de si eran o no kosher, al menos nunca había dicho nada de eso, sino que simplemente tenía un rechazo natural a todo lo que fueran pantallas. Además, se lo había hecho saber, le parecían un desperdicio de tiempo y un entretenimiento para niños. Él estaba para cosas más serias. Pero ahora ella no estaba y repasando con el dedo los estuches que portaban horas de diversión que nunca había pasado eligió The Last of Us.
Jugó una media hora y se aburrió.
Sabía que nada lo iba a satisfacer porque tenía la sensación interna de estar dejando de hacer lo que tenía que hacer.
Miró a su alrededor: la gata dormía plácida en la cama y la tarde comenzaba a caer; el cielo había adquirido esa hermosa tonalidad anaranjada que se confundía con los edificios de piedra color crema que rodeaban su departamento.
Encendió la PC y entró en una página de noticias. Entre los titulares había uno que hacía referencia al caso del padre de Sheila.
No pudo evitar hacer click y la leyó rápidamente, era muy corta, decía que de momento no había habido avances significativos en la causa y que el rabino Moshé Lehrer era el único imputado como autor intelectual de los crímenes de María Belén Lorenzo y Alicia Vázquez, pero que probablemente quedaría libre en las próximas horas dado que todavía no se había encontrado al autor material.
Sebastián sintió un leve alivio: Sheila había tenido razón. Siempre había querido que la tuviera pero había vivido lo suficiente como para no confiar en nadie.
Suspendió la computadora y se fue a duchar.
El agua bien caliente. Eso siempre lo tranquilizaba.
Cuando salió sentía los músculos débiles, ablandados por el calor y el vapor, como si hubiera pasado por un pequeño sauna personal.
Se cambió para la cena y viendo que todavía le quedaba un rato para salir, se volvió a sentar frente a la computadora. Ingresó en Google el nombre de Alicia Vázquez. Recorrió las primeras dos páginas de resultados. Todas las páginas hablaban de lo mismo, su asesinato. La víctima parecía no haber tenido una vida previa (aunque sí se la destacaba como una excelente estudiante de Medicina que había visto truncada su carrera y su espléndido futuro) y saludos de despedida conmocionados en su muro de Facebook.
Buscó a continuación información acerca de María Belén Lorenzo y encontró el mismo tipo de resultado: noticias acerca de su trágico asesinato aunque no parecía haber tenido un perfil en redes sociales o algún familiar piadoso se había encargado de cerrarlos luego de su muerte. En la segunda página de Google encontró algo que le interesó un poco más: su página profesional. María Belén Lorenzo había sido diseñadora web y tenía un sitio que le servía de portfolio para mostrar su trabajo.
Ingresó y revisó la parte de presentación y biografía donde detallaba sus trabajos, su experiencia y algunos detalles simpáticos de su vida como que había concurrido al colegio República de Nicaragua con cuya biblioteca nunca había dejado de colaborar con donaciones y que había diseñado ad honorem la página web de una ONG para rescate de mascotas.
Le habrían gustado los libros y los gatitos, pensó Sebastián y sintió una oleada de tristeza por su vida truncada.
Revisó rápidamente la sección del portfolio que eran links a las páginas que había diseñado con fotos de las portadas como muestra. Parecía conocida en lo suyo porque había por lo menos unas cincuenta páginas ordenadas por orden alfabético y casi de todo rubro: “Plásticos y Polímeros Co.”; “ONG Mi Refugio” (esta debía ser la que había diseñado como voluntaria); “Foro de Fanáticos Argentinos de las Armas”; “Dulce despertar” (una fábrica de colchones) y varias más que pasó rápido. Llegando al final del scroll de la ventana había una que no tenía thumbnail ni vista previa de su contenido y simplemente decía “R.I.P.”. Sebastián sintió un escalofrío. No quería ver qué había ahí atrás. ¿Acaso había sido la página de una cochería fúnebre? No importaba, de todos modos tenía que irse a lo de su hermano.
Se terminó de cambiar y salió apurado. Llegó apenas diez minutos después de lo pautado pero su madre le hizo saber la decepción que sentía por él con su típica expresión de cara larga.
– Mamá – la saludó con un beso en la frente que como si fuese una especie de magia la hizo olvidarse del malhumor por su falta.
Su madre, junto a su padre cuando todavía vivía, consideraba que estar en horario era llegar por lo menos quince minutos antes de la hora pautada. Había sido tema de su cuñada que había tenido que soportarla durante ese tiempo.
Gustavo lo saludó con un abrazo y lo invitó a pasar a su casa. Saludó a Marina y a su sobrina Raquel a quienes no veía hacía algunos meses y dejó a las mujeres arreglarse solas en la cocina mientras su hermano lo hacía pasar al lujoso living de su departamento.
Sebastián nunca terminaba de acostumbrarse a los lujos que se permitía su hermano y sentía que cada vez que lo invitaba a su casa era para mostrarle alguna de sus nuevas adquisiciones. Así había sido con la tele de cuarenta pulgadas y pantalla plana que ocupaba un lugar privilegiado en la casa o esos cómodos sillones de cuero a los que Gustavo lo había invitado a pasar. Estaba esperando qué podría ser esta vez.
Su hermano se puso en cuclillas sobre el mueble que ocupaba casi toda una pared del living y abriendo una puertita descubrió una cava de vinos. Entonces quizás era eso lo que le quería mostrar, aunque posiblemente ya hubiera presumido de ella en otra ocasión. Realmente a Sebastián todo eso no lo impresionaba en lo más mínimo por lo que no guardaba especial recuerdo de las fanfarroneadas de su hermano.
– ¿Te parece si tomamos un Malbec reserva?
– Lo que tengas ganas – dijo Sebastián y se acomodó en el sillón olvidando por un momento todo lo que le había venido rondando por la cabeza en los últimos días.
Gustavo extrajo una botella delicada, la descorchó y sirvió en dos copas de cristal.
– Es de una bodega boutique de Mendoza – comentó mientras terminaba de servir.
– Confío en tu criterio.
Degustaron el vino y Sebastián sintió como el regusto permanecía en su boca unos instantes.
Conversaron hasta que la cena estuvo lista. Gustavo le comentó a Sebastián sus exitosas operaciones empresariales y él se limitó a asentir o introducir algún comentario casual en el medio del discurso de su hermano. No era que no lo apreciara o no le interesara su éxito sino que no lograba sentirse a gusto con todo lo que implicaba el mundo de los negocios. Además las luces dicroicas de tono bajo que hacían el ambiente acogedor en el reflejo con los pisos de madera bien pulida lo estaban adormeciendo. Entonces la voz de su madre los llamó como cuando eran todavía niños, a la mesa. Por un instante parecía como si el tiempo no hubiera pasado desde su infancia y todavía estuvieran llenos de un futuro imprevisible pero siempre promisorio a ojos de su madre.
La mesa estaba servida como para un banquete: cubertería plateada y dos platos, uno para la entrada y el otro para el plato principal.
Se sirvió una abundante entrada de pan al ajo junto con unas berenjenas con tomates y almendras tostadas.
Vio a su sobrina, todavía una nena pequeña, con todo por delante y los vio a su hermano y a Marina que por primera vez desde que recordaba parecían estar en paz: no había miradas torcidas ni reproches a medio decir. Todo como debía ser.
– Entonces – dijo su madre sin importarle todavía tener un pedazo de berenjena en la boca – Sebastián – se llevó la servilleta de tela a la boca – ¿terminaste con la ortodoxa?
Sebastián miró a Gustavo que lo esquivó haciéndose el desentendido.
– Así es.
– Bueno – siguió su madre – a ver cuándo nos traes entonces una chica. Una judía.
– Pero mamá – intervino Gustavo – acaba de terminar con una chica judía. Dale un respiro. Que conozca a alguna goy, o algo.
– No, no – dijo la madre – esa Sheila no era una judía como… nosotros. Era una de esas fanáticas, una extremista. Esos son casi tan antisemitas como un nazi.
– ¿Por qué dice eso? – preguntó Marina.
– Porque claro, son tan extremos… además, eso que tienen de llamar la atención. No pueden evitar ir por la vida mostrando: “Miren, soy un judío” y después la gente común cree que todos los judíos somos fanáticos religiosos como ellos. Y no es así querida.
– Además – agregó Gustavo – mirá lo que pasó el año pasado: con todo eso de los rituales de sangre la gente cree que todos los judíos estamos en eso de matar cristianos para usar su sangre en rituales religiosos.
Sebastián empezó a sentir como la comida le caía pesada.
– ¿No podríamos cambiar de tema por favor?
– ¿Por qué, hijo? ¿Acaso no es cierto lo que dice tu hermano?
El aire se había tensado.
– Voy a servir el segundo plato – dijo Marina poniéndose de pie y recogiendo los platos de la entrada.
Gustavo sirvió más de ese vino boutique, era la tercera botella que descorchaba y Sebastián se abalanzó rápido hacia la copa que tomó casi hasta la mitad.
– Con calma hermanito.
– Yo también quiero – dijo Raquel.
– No hija, vos tenés acá tu jugo – Gustavo le sirvió en el vaso de plástico un poco más de jugo pero la nena comenzó con un berrinche.
– Por suerte nosotros no los educamos así – dijo en un suspiro Miriam.
– Mamá, por favor – la retó Gustavo y levantó a su hija de la silla para llevársela a su cuarto – es tarde y está cansada, mejor se va a dormir.
El hermano de Sebastián desapareció por el pasillo con la nena en brazos que no paraba de llorar. Tomó el resto de la copa de vino.
– Y vos dejá de emborracharte – le recriminó su madre pero Sebastián no le hizo caso.
De la cocina apareció Marina con los platos principales en las manos haciendo equilibrio como el mejor mozo de la ciudad. Colocó a cada uno de los comensales el que le correspondía y Gustavo volvió para sentarse a la mesa.
El pollo al horno con papas era un plato tradicional pero que bien hecho podía hacer lucir a la anfitriona.
– Esto está muy bueno – dijo Sebastián dirigiéndose a su cuñada.
– Gracias. Espero que lo disfruten y que vuelva la concordia a esta familia.
Durante unos pocos minutos comieron en silencio, sin quejas ni reproches y Sebastián agradeció la tregua.
– La verdad – dijo su madre – yo no sé. Porque realmente, su padre y yo, nosotros no los educamos para esto – terminó rompiendo la breve paz.
– ¿Educarnos para qué mamá? – respondió Sebastián acalorado.
– Si es por él – se metió ácido Gustavo – vos viste, estudió en esa facultad de Filosofía…
– ¡¿Y eso qué tiene que ver?! – dijo Sebastián casi a los gritos.
– Ay, siempre lo mismo, ustedes dos – su madre comenzó a lagrimear.
– Pero claro, si en esa facultad leen cada cosa. ¿Sabías mamá que tu hijo Sebastián en esa facultad leyó a ese tal Frederic Nietzsche? ¡Sí, el filósofo nazi!
Miriam ahora lloraba desconsolada y trataba de contener sus lágrimas con la servilleta. Su cuñada se levantó y le pasó un brazo por el hombro.
– Tranquilicese suegrita.
– Gustavo – dijo Sebastián ahora sintiendo que el vino se le había subido del todo a la cabeza – no hablés estupideces que no sabés nada.
– ¡Ah! ¿Ahora no sé nada? ¿Me vas a negar que ese tal Nietzsche era nazi? ¿O me vas a negar que lo leíste en tu carrera? ¡Yo me acuerdo de los libros que estaban en tu escritorio mientras cursabas!
Sebastián no aguantó más. Se levantó de la mesa y arrojó dramáticamente la servilleta arriba de la mesa.
– Sos un estúpido. Sí leímos a Nietzsche pero la asociación con los nazis vino por parte de su hermana que se apropió de sus escritos cuando él ya estaba muy enfermo y los contaminó de toda la basura antisemita que creía su marido. Friedrich nunca pudo haber sido nazi simplemente porque murió treinta y tres años antes que el nazismo llegara al poder. Y ni siquiera odiaba a los judíos, como su cuñado.
– ¡Pero entonces su cuñado sí nos odiaba! Ahí lo tenés mamá, eso es lo que la educación liberal de tu hijo resultó. Un intelectual filonazi.
– Mamá, te pido disculpas – dijo Sebastián que se sentía un poco mareado – pero yo me voy. No tiene sentido que me quede a escuchar más estupideces.
Marina se apresuró a acompañarlo a la puerta de salida.
– Disculpá a tu hermano – le dijo – no está pasando un buen momento laboral.
– Yo puedo llegar a disculparlo, pero antes quiero que se encargue de pedirle disculpas a mamá por toda esta escena. Me estuvo provocando desde que nos sentamos en la mesa.
Su cuñada bajó la cabeza y asintió en silencio. Se despidieron.
Cuando Sebastián llegó a su departamento volvió a sentirse bien. “Lo mejor de salir es volver a casa” pensó y se sacó la camisa.
Sin pensarlo demasiado se sentó de nuevo frente a la PC. Navegó abúlico por la webpage de los servicios profesionales de María Belén Lorenzo y por inercia hizo click en la página de su portfolio que se llamaba R.I.P.
Lo que encontró le secó la garganta y lo dejó sin posibilidad de articular ni una sola palabra.
¿Cómo podía ser que la misma Belén hubiera hecho una webpage burlándose de su propia muerte? ¿Y cómo sabía que iba a morir ese año? ¿O acaso había sido algo que había colocado allí alguien para burlarse de su muerte? Ese sol sonriente, ese tipo de dibujo no era un homenaje. El que lo hubiera puesto allí debía haber tenido un motivo muy oscuro.
Las ideas se le amontonaban en la cabeza y sintió que lo iban a desbordar. Miró la hora en su reloj. Ni siquiera eran todavía las once de la noche. Podía intentarlo. Seguro que no era nada, pero tenía que quitarse la duda.
Buscó su teléfono y marcó el número de Andrea Maiman, la hermana de su ex compañero de secundaria que se había encontrado en un bar hacía unos pocos días. En esa ocasión ella le había dicho que se dedicaba a sistemas informáticos. Quizás podía ayudarlo con ese pequeño misterio.
– ¿Andrea? – dijo cuando atendieron del otro lado.
– Sí. ¿Sebastián?
– Te acordás de mí.
Se escuchó una pequeña interjección, como si se hubiera aclarado la garganta.
– Claro. Nos vimos el otro día.
– Andrea, disculpame la hora y que te moleste, pero necesitaría si me podés ayudar con algo. Quizás no sea nada. Pero encontré una página web muy extraña y quizás vos le encuentres algo más de sentido del que yo puedo encontrarle – dijo y le explicó exactamente lo que quería que ella comprobara.