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Déjalo ir
El camino del escritor hacia la publicación está lleno de obstáculos: escribir un texto que lo satisfaga, pulirlo y dejarlo presentable para mostrar, enviarlo a incontables concursos literarios, hacerlo llegar a algún editor con la esperanza de que decida leerlo y no dejarlo en la pila de originales que nunca serán ni siquiera hojeados (en este sentido, el mercado hispánico carece de ese elemento esencial en otros mercados: el agente literario que ejerce de nexo entre autor y editor) y luego si tiene talento (pero sobretodo suerte) y se le alinean los planetas de modo tal que ese original termine siendo considerado por un editor que decida que es editable (acumulación de milagros o de buena fortuna) volver a comenzar la rueda porque ningún escritor es escritor de un sólo libro.
Quisiera reflexionar un poco acerca del comienzo de ese proceso: la escritura de un libro. Pensemos en el género novela que es un género cerrado, fornido y que tranquilamente puede hacer un libro. Un escritor primerizo destina incontables horas de su vida intentando encontrar los espacios de tiempo disponibles para el proceso creativo, exprimiendo cada segundo que no utiliza en el trabajo del que vive, tiempo que decide no pasar con su familia o amigos o entreteniéndose con alguna de las incontables ofertas que tenemos actualmente para finalmente, luego de un tiempo, terminar de escribir esa primera novela.
Por todo lo que dijimos, por el esfuerzo que le costó a ese futuro escritor y porque este sujeto ha logrado demostrarse a sí mismo que estuvo a la altura del desafío de escribir del comienzo al fin un texto complejo, de largo aliento, lleno de dificultades y problemas que resolver, este primer texto tendrá un lugar especial en el afecto del futuro escritor. Después de todo fue mucho lo que tuvo que sacrificar para poder terminarlo.
Entonces esa primera novela empieza el camino: las correcciones, el paso de mano en mano a amigos que prometen leerla (y en algunos casos lo hacen y dan buenas devoluciones aunque en la mayoría de los casos no lo harán y con suerte apenas la lean) se perfecciona en el trabajo de talleres literarios o clínicas privadas con escritores establecidos, se pule, se reescribe, se recorta, se retoca y finalmente se empieza a enviar a editoriales que o no responden o rechazan la propuesta porque directamente “no reciben originales” (y el escritor se preguntará entonces: “Si las editoriales no reciben originales, ¿de dónde salen los nuevos escritores que cada tanto son publicados?” hablaremos de esto en otra ocasión) y en el mejor de lo casos se excusan con alguna carta de rechazo.
Muchos habrán pasado por esto y si bien cada experiencia es única, es bastante común no obtener un contrato de edición con el primer libro que se escribe. Existen las excepciones, sin dudas, y son los casos de éxito que más suenan: el que escribió un primer libro, lo llevó a una editorial, se lo editaron en el primer intento y se convirtió en best-seller mundial. Existen tantos de esos “study-case” de éxito como casos de grandes escritores que pasaron por cientos de rechazos antes de ser editados y convertirse en éxito. También existen cientos de miles de casos de escritores que fueron rechazados varias veces hasta que alguna editorial terminó editándolos y tuvieron un éxito moderado. Hay para todos los gustos.
Ahora, lo que pocas veces se dice es que también existen miles de escritores que recién logran publicar su cuarto o quinto libro. ¿Y qué sucede con su primera novela? ¿Su primer libro de cuentos? ¿Su segunda novela? Nada. Esos textos tienen un justo final forma de un archivo de procesador de texto que nunca verá la edición.
¿Qué significa todo esto? Que a veces hay que “dejar ir” esos primeros textos/libros que escribimos para poder ser libres.
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Libre soy
El escritor Malcolm Gladwell ha hecho famosa la idea de que cualquier arte se puede dominar con excelencia si se le dedican 10.000 horas de trabajo intensivas. Según esta idea: “en tareas muy demandantes a nivel cognitivo, lo que hace la diferencia entre las historias de éxito y las “del montón” es la práctica intensa, y no tanto la presencia de dones naturales.”
Esta teoría tiene defensores y detractores y estos últimos parecen haber avanzado bastante en los últimos tiempos, y sin embargo hay una indudable verdad: en todo oficio (y no olvidemos que la escritura es uno de ellos) la práctica hace a la perfección. Escribir, escribir y escribir, alternando con lectura, lectura y lectura es un consejo básico que todo aquel que tenga que sugerirle algo a un futuro escritor debe darle.
En la escritura, la práctica mejora notablemente el arte del escritor. Esto es indudable. Siempre existirán los genios, en todas las artes, pero para quienes no nacimos con las dotes de Miguel de Cervantes o William Shakespeare, practicar nuestra escritura es el primer paso hacia una mejor producción.
Personalmente escribí dos novelas y una nouvelle que no me enorgullecen. La primera novela que escribí me costó muchísimo y la intenté mejorar todo lo posible durante un largo tiempo. Pasé por todas las instancias: taller literario particular con un escritor a quien admiro mucho, pedido de lectura a amigos y colegas, envío a concursos y editoriales y nunca fue publicada. ¡Por suerte! La releo ahora y le encuentro fallas no sólo de trama y estructura sino de escritura a nivel pedestre: las palabras que utilicé y el modo en el que las ordené.
La segunda novela fue publicada por una editorial independiente y ahora me arrepiento un poco de esa decisión. Es un texto bastante mejor que mi primera novela pero que tiene otras fallas que me hacen avergonzarme un poco de ella. La nouvelle no fue publicada, y también, mejor así.
En esta época de autoedición digital al alcance de la mano me resultaría muy fácil y barato editar esas novelas y subirlas a Amazon por ejemplo, pero entiendo que uno debe hacer una obra sólo con lo que está seguro que vale la pena. Nuestro nombre de autor es nuestra marca y un lector que se encuentre con un texto viejo nuestro, autoeditado en digital sólo porque no queremos sentir que desperdiciamos esfuerzo, recursos y tiempo en algo que va a dormir el sueño de los justos en nuestro disco rígido, seguramente le encontrará fallas a nuestro texto y lo alejará de la lectura de otros textos que sí querríamos que lea, que son los que estamos produciendo ahora. Estas novelas que cuentan con un nivel de producción mejor porque tienen como antecedente todas las horas de trabajo de aquellas que no publicamos.
Una novela, un libro de cuentos o el tipo de libro que escribamos, no es una isla en el medio del océano sino que es el resultado de un largo proceso productivo; nuestros primeros intentos fallidos de libro son parte de esa novela que ahora sí publicaremos. No podemos pensar una sin las otras.
Ahí está la clave: los textos que escribimos y no llegaron a buen puerto, nuestros primeros libros que nadie editó y que algún editor nos recomendó olvidar son aquellos con los cuales fuimos probando nuestras armas, ganando confianza, estilo, precisión.
¿Esto significa que si no obtenemos un contrato de edición con nuestros primeros textos debemos bajar los brazos y rendirnos? Desde luego que no, como dijimos, hay miles de casos de textos que merecían ser publicados y tardaron años en obtener ese destino. Lo que queremos señalar aquí es que a veces hay que “dejar ir” algunos textos para poder “ser libres” y que es mejor así.
Todo texto que escriba un escritor en la búsqueda de afianzarse como tal es valioso: sea o no publicable, las horas de experiencia, el trabajo con el lenguaje y la disciplina que implica la escritura de un texto de largo aliento son horas de trabajo que se acumulan para hacer que su próximo texto sea todavía mejor.