El regreso de Mariana Enriquez a la narrativa ficcional (luego de un libro de crónicas sobre sus visitas a cementerios y una biografía de Silvina Ocampo, una escritora que podría pensarse emparentada en el campo de la narrativa “extraña” y fantástica pero a la vez lejanísima en cuanto a ritmo, estilo y temáticas) es en forma de los doce intensos cuentos que conforman este volumen. Como señalamos anteriormente en broma, el título del libro pareciera dialogar con su anterior libro de cuentos (Los peligros de fumar en la cama) y a pesar de que la observación no tiene pretensiones de seriedad, hay sí algo en Las cosas que perdimos en el fuego que trasmite la sensación de pérdida y de lo irreparable. Los cuentos se montan sobre una serie de lugares, trayectos, personajes y situaciones reconocibles en el imaginario geográfico, social y cotidiano de nuestro país pero con su manejo refinado de las reglas del género fantástico introduce pequeños desgarros al tejido realista por donde se filtra el material de las pesadillas y las situaciones monstruosas. Decimos que es un manejo refinado porque a excepción quizás de un único cuento (El patio del vecino; y aún en este dependemos del testimonio de una mujer posiblemente desequilibrada) lo sobrenatural tiende a plantearse como pequeños hechos anormales o extraños que podrían tener tanto una explicación racional como una no racional quedando a entera interpretación del lector la tarea de llenar esos pequeños huecos, esas incompletudes aparentes que se plantean en la trama de estos cuentos.
Hay quizás otra excepción al fantástico como una una tensión entre el realismo y las situaciones sobrenaturales en Bajo el agua negra, un cuento que por primera vez en la narrativa argentina plantea seriamente un sentido homenaje a la cosmogonía monstruosa de H.P. Lovecraft (el cuento de Jorge Luis Borges There Are More Things que forma parte de El libro de Arena fue hasta donde sé el único otro antecedente de un escritor consagrado de estas tierras metiéndose de lleno en la mitología de Cthulhu pero estamos hablando de un cuento muy menor en homenaje a un escritor que Borges mismo consideraba apenas un mal imitador de Edgar Allan Poe). Enriquez lleva a los antiguos monstruos subacuáticos de la mitología lovecraftiana al fondo del Riachuelo y convierte a los habitantes de la villa miseria que rodea al río contaminado en los sacerdotes, devotos y “mutantes” que al estilo de la famosa nouvelle del escritor de Providence, La sombra sobre Innsmouth, son ya mitad humanos y mitad monstruos.
Otras líneas unen a todos los cuentos: la ya mencionada reescritura de hechos de la realidad cotidiana de nuestro país: El chico sucio trabaja sobre la base del espantoso crimen ritual de “Ramoncito” (hay una crónica excelente sobre este macabro caso: La misa del Diablo de Miguel Prenz que recomendé aquí); uno de los primeros serial killers argentinos, el Petiso Orejudo, aparece como un fantasma en Pablito clavó un clavito: una evocación del Petiso Orejudo; el cuento que le da título a la antología está inspirado según la propia autora en una mujer quemada que durante un tiempo resultaba imposible de no cruzar en el subte pidiendo plata (yo mismo la he visto varias veces).
Pero hay otra línea fundamental que cruza narrativamente todo el libro y es el de las mujeres y su relación, casi siempre traumática, con los hombres. A excepción de “Pablito clavó…” todos los cuentos están narrados por mujeres que además se encontrarán acorraladas por fuerzas desconocidas o por diversas formas de violencia que las acosan, y es el modo en que estas mujeres encuentran o no vías de escape lo que constituye la tensión narrativa de unos cuentos que se van construyendo paso a paso hasta llegar a unos finales que algún lector podrá encontrar decepcionantes por elípticos pero que son precisamente lo que convierten a estos cuentos en pequeñas, perfectas y perturbadoras historias fantásticas y tenebrosas que quedan dando vueltas en la cabeza del lector un buen tiempo después de haber sido terminadas de leer.
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