El triunfo de la literatura de género

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Hace unos días (el 11 de marzo para ser precisos) la revista Esquire publicó un breve ensayo donde señala que la ficción de género le ganó la batalla a la “Literatura” escrita así, con mayúsculas.

Lejos de escandalizarse por la novedad la nota firmada por Stephen Marche, en la que releva una discusión entre Kazuo Ishiguro y Ursula K. LeGuin a raíz de unas declaraciones del primero (en una entrevista, respecto de su nueva novela: “¿Van a seguirme los lectores en esto? ¿Entenderán lo que estoy tratando de hacer o van a quedarse en el prejuicio contra los elementos de la superficie? ¿Van a decir “Esto es fantasy”?“), diagnostica con total tranquilidad lo que está sucediendo: la literatura de género ya no es una literatura menor.

Esto es para celebrarse. Claro que sí. Durante el largo siglo XX la irrupción de las vanguardias artísticas se interpuso en el proceso de autonomización de la literatura introduciendo una forma de entender el arte literario que, superada su instancia repulsiva, era el objeto ideal para que la Academia se lo apropiara y lo colocara en un lindo estante de Museo.

Y como sucede con todo lo que va a los museos: puede ser más o menos bonito pero lo cierto es que son pocos los que van a ir a verlo.

Inmóvil, inerte, inaccesible excepto para los expertos, la literatura había encontrado su nicho de arte elitista a la vez que perdía todo su propósito “revolucionario”.

Si lo pensamos un solo segundo esto es una de las mayores estupideces que le pudieron haber pasado a la literatura.

Desde el comienzo de la civilización los hombres y mujeres han necesitado relatos, narraciones, historias para construirse un sentido, para vivir, para ordenar el mundo, para construir héroes que representaran la esencia de su pueblo y también, claro está, para entretenerse.

Pero en determinado momento la función de entretenimiento de la literatura pasó a ser, para ciertos ojos, la peor de sus funciones y se creó un cerco alrededor de la palabra impresa.

¿Acaso la gente dejó de necesitar historias por este motivo? Claro que no. La televisión y el cine reemplazaron rápidamente a los que quisieron, voluntariamente, abandonar toda pretensión de hacer de su arte autónomo algo que la gente común y corriente quisiera leer.

Y los que no olvidaron esa función de entretenimiento de la literatura, sin embargo, siguieron vendiendo libros y en muchos casos lograron ser best-sellers.

Como señala Marche en su artículo, hoy en día: “Sólo los idiotas o los snobs realmente creen que los libros de género son un arte menor.

La mejor literatura que se escribe hoy en día parte de elementos de género: ya sea policial, ciencia ficción, aventura, terror, romántica, no importa exactamente cual. Existen hoy en día novelas muy buenas con temática zombie (Feed de Mira Grant), para jóvenes (la saga de Los juegos del hambre de Suzanne Collins), de fantasy (obviamente la saga de Canción de fuego y hielo de George R.R. Martin pero también la Saga de los confines de Liliana Bodoc), policiales (las novelas de Gillian Flynn son excelentes novelas que hablan más acerca de la construcción del tejido social contemporáneo que de los crímenes que narra) y así podría seguir un buen rato.

Hay libros buenos y hay libros malos, como en todo, pero el género es la plataforma que está permitiendo algunas de las experiencias literarias más valiosas de nuestra época y al mismo tiempo hace respirar a una literatura que por lo demás, parece estancada entre el intento de la neo-vanguardia y el realismo sucio costumbrista y acabado que ya no le interesa a nadie.

Lo paradójico de esta situación es que ese realismo sucio que tuvo sus mayores exponentes en Carver o Cheever parece haberse vuelto en sí mismo un género: miles de novelas prácticamente idénticas cuyos autores se confunden entre sí porque no son capaces de escribir una novela que realmente se diferencie y destaque. El artículo de Marche dice que este género se trata siempre acerca de las miserias espirituales de graduados de universidades de la Ivy League (es decir, la elite de la elite blanca estadounidense). Acá podríamos pensar que el realismo sucio se volcó más hacia una un costumbrismo revulsivo de drogas, alcohol, noche y miseria material, acorde con el fina catastrófico de la década de los 90s, pero más allá de esa diferencia central, se trata siempre del mismo tipo de relato repetido hasta el cansancio.

El problema de este tipo de realismo genérico es que tiene unos márgenes muy estrechos: tiene correas de amarre todavía más fuertes que una novela policial o de terror o de cualquier otro género. Es mucho más estricto y asfixiante en sus reglas aunque de apariencia más simple de producir: basta con relatar con mínimo apego a las reglas gramaticales y ortográficas algún evento esencialmente vacío, extenderlo durante varias páginas hasta tener el diámetro de un libro, y salir a venderlo a editoriales chicas. La anécdota que se narre, la trama son lo de menos.

La ficción de género es casi todo lo contrario: lo que importa es la trama, el conflicto, la narración de hechos que emocionen al lector.

Tanto las vanguardias como el realismo sucio tienen en su esencia la búsqueda de la destrucción de todo el sistema literario: ridiculizar lo que consideramos literatura o hacerlo tan exclusivo y críptico que el mercado no lo pueda consumir y así destruirlo desde adentro. Algunos no son conscientes de esto y tan sólo escriben en ese registro porque les parecerá más sencillo o que se ajusta mejor a su falta de ideas y/o trabajo para escribir una trama.

La ficción de género parece entonces, ahora, nuevamente como la capacitada para llevar tanto grandes ideas en sus páginas como mero entretenimiento y darle así un poco de aire a un mercado literario saturado de mercaderías que parecen no despertar interés en su público consumidor: los lectores.

Celebro que por fin la ficción de género esté comenzando a recuperar un espacio central en el sistema literario, que se estén produciendo novelas policiales, de terror, eróticas, o lo que sea, con calidad literaria.
Como dicen en el fútbol: ganar, gustar y golear. Se puede hacer en literatura también.

Una literatura que le guste a los lectores y que a la vez permita una expresión artística elevada, que ponga su atención en construir tramas, es posible nuevamente.

Ya era hora.